Quien me conoce sabe bien que nunca me caractericé por ser techie sino más bien todo lo contrario… analógica por naturaleza, me ha costado ver el lado positivo del vertiginoso avance del mundo digital en nuestras vidas. El e-book será muy práctico, sí, pero qué lindo es tener un libro impreso entre las manos, acariciar sus páginas, sentir el aroma que de ellas emana y ver el paso del tiempo en el tono sepia que va tiñendo las hojas. Las pizarras y plumas digitales tendrán muchas bondades, pero nada como el trazo único de un lápiz de grafito, la huella de la goma al borrar, o el abanico de texturas del papel. Y como estas podría citar una larga lista de herramientas y dispositivos tecnológicos de los que he preferido prescindir en favor de vivir experiencias más sensoriales. Llámenme romántica, y sí, lo soy. En mi casa Alexa no les cuenta cuentos a mis hijos ni me lee las noticias, y por el momento, seguirá siendo así. Pero hay una realidad y es que no se puede negar lo inevitable: vivimos en la era digital y pretender desconocer la inteligencia artificial y el mundo de los prompts es un acto de necedad.
Por eso he dejado de lado un rato mi espíritu romántico para darle un voto de confianza a estos nuevos actores digitales, no sin antes hacerme preguntas tales como ¿dónde queda entonces el valor de la creatividad si en pocos minutos una máquina es capaz de producir el contenido que los seres humanos tardaríamos infinitamente más tiempo en generar? ¿Cuál es el valor de ese contenido creado por la IA generativa? ¿Cómo se redefine el concepto de autoría? ¿Todo contenido creado a partir de prompts es funcional a lo que buscamos? ¿Qué valor aportamos entonces las personas?
En todo este proceso introspectivo hubo curvas, no lo niego, pero al transitarlas se han generado largas charlas e intensos y enriquecedores debates que no hicieron más que alimentar mi curiosidad y mi deseo por indagar más sobre estos temas. Y de a poco me fui haciendo más permeable a la adopción de algunas herramientas. Porque comprendí que en este camino sin retorno en el que sin darnos cuenta vamos delegando en las máquinas habilidades que seguramente iremos perdiendo poco a poco en pro de otras, las personas aún podemos aportar valor. El valor de las ideas que generamos producto de nuestra individualidad, de nuestro universo interno, de las experiencias vividas, de nuestro background.… porque todo ese bagaje es el que se pone en juego a la hora de diseñar un prompt, que no es más que una indicación o conjunto de indicaciones que le damos a una máquina para que las ejecute.
Cómo diseñemos esas indicaciones, qué objetivos nos marquemos y la estrategia y planificación que volquemos en esos prompts será lo que marcará la diferencia entre un contenido perfectamente elaborado pero sin sustento, y otro mucho más artesanal pero con cimientos sólidos y capaz de transformar a la audiencia que lo reciba.
La inteligencia artificial ha supuesto una revolución y es un instrumento válido que permite agilizar muchos procesos, pero flaquea si no va de la mano de la escucha activa, la empatía, la lectura entrelíneas, la experiencia personal y la buena toma de decisiones de quien la utiliza. Porque en esta época de inmediatez no debemos olvidar que el proceso importa tanto como el resultado final, y vale la pena transitarlo a conciencia abierta.